VENTANA DE OTROS OJOS // MIGUEL DELIBES DE CASTRO
Tal vez ya lo he contado en estas páginas, pues es una historia que repito a menudo. Para explicar que la ciencia es una actividad muy particular, y desde muchos puntos de vista extraña, Lewis Wolpert utiliza la figura de Sherlock Holmes, detective maestro en atar cabos y en la aplicación a sus casos de la lógica y el sentido común. Irritado por la insistencia con que su ayudante Watson le hace ver la maravilla de que sea la Tierra la que gira alrededor del Sol, contra todas las apariencias, Sherlock le increpa: “¡Y a ti qué más te da! ¡No afecta para nada ni a nosotros ni a nuestro trabajo!”.
Seguramente hoy día Sherlock Holmes no tendría más remedio que opinar de otra manera acerca de los descubrimientos científicos, pues sería muy consciente de la importancia creciente que adquieren en su labor. Busquemos al culpable. Nos ayudan las huellas dactilares, que se descubrieron únicas. También puede servir el grupo sanguíneo, pues quizá el sospechoso se hizo un pequeño corte en un dedo. Más tarde se pudo obtener ADN de casi cualquier muestra orgánica (un pelo, saliva, semen, heces) y a través de las secuencias de bases en ese ADN identificar con altísima probabilidad al individuo. Ahora nos anuncian un nuevo paso al frente que se antoja fascinante: las bacterias que viven con nosotros, con ustedes y conmigo, en nuestra piel, en nuestro cabello, en nuestros intestinos, son sólo nuestras, específicas de cada cual, y pueden tener utilidad forense.
Se ha publicado recientemente por investigadores de la Universidad de Colorado en Boulder (Fierer y otros. 2010. PNAS 107: 6477-6481). Han conseguido demostrar que las comunidades bacterianas de la piel son “altamente personalizadas”, dicen ellos, y además perduran semanas, a temperatura ambiente, en los objetos que tocamos. Eso quiere decir que cada persona deja un rastro único de bacterias en los objetos que manipula, que podría permitir identificarla. Para probarlo, lograron extraer y secuenciar material genético de comunidades de bacterias de las teclas y el ratón de varios ordenadores. Tres de ellos pertenecían a otros tantos usuarios, de los que conocían el perfil bacteriano de las pulpas de sus dedos (las comunidades de bacterias cambian de unas zonas a otras del cuerpo). Cuando cruzaron los datos de teclados y dedos no hubo dudas: las bacterias de los teclados de tres ordenadores eran más parecidas a las de los correspondientes propietarios que las de cualquier otro ordenador. El sorprendente hallazgo de que las bacterias de mis dedos viven sólo en mí me conmueve; me gustaría conocerlas.
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